La revancha de los almacenes de barrio
Tras la quema y destrucción de supermercados en octubre, el llamado “canal tradicional” ha recuperado participación, tanto en las zonas que se quedaron sin locales de las grandes cadenas, como donde éstos reabrieron. La gente los prefiere, sobre todo, para abastecerse de alimentos y bebidas.
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Los chilenos volvieron a los almacenes de barrio. Lo reconoció esta semana el vicepresidente ejecutivo de Embotelladora Andina, Miguel Ángel Peirano ante inversionistas: "La demanda del consumidor de supermercado se giró hacia el canal tradicional", dijo. Desde el 18 de octubre pasado, el cierre de las grandes superficies, producto del estallido social ha modificado los hábitos de compra.
"Posterior al estallido, el canal tradicional creció 9,5% en volumen y 10,7% en valor para el último trimestre del año 2019 si lo comparamos con el mismo periodo del año anterior", sostiene Diego Gizzi, director de Retail Services en Nielsen Chile.
Según Mapcity, las comunas con mayor presencia de almacenes en la Región Metropolitana son Santiago, Providencia y Las Condes. Pero en San Bernardo, Conchalí, Pedro Aguirre Cerda y La Florida es donde se han convertido en la opción más accesible para los vecinos que ya no tienen un supermercado cerca, tras la destrucción de varios de éstos.
"En la situación que estamos viviendo, el costo de traslado representa una inversión relevante que ha llevado a los consumidores a modificar su conducta y aumentar su disposición a pago (mayor precio) para ahorrar tiempo y dinero en locomoción. Eso se ve reflejado en el aumento en ventas que han experimentado los almacenes cercanos a zonas desprovistas de supermercados, lo que ha llegado a aumentar hasta un 70% en algunos sectores", explica Roberto Camhi, gerente general de Mapcity.
A petición de Diario Financiero, Mapcity identificó los lugares del Gran Santiago, más Calera de Tango, Buin y Paine que se quedaron sin supermercados tras el estallido social. Además, analizaron los barrios donde había un supermercado cerrado y ninguna alternativa parecida en un radio de 1 kilómetro.
Víctor Danús, gerente general de ProUrbe Gestión Inmobiliaria añade que, lo más probable es que en esos lugares vuelva a instalarse la misma cadena u otra. "Las ubicaciones cumplían con todas las características de accesibilidad y potencial demanda", sostiene.
Ganancias versus tradición
En San Bernardo, el Minimarket Yannina abrió hace un año, cuando Jennifer Heimpell (39) y su marido Jonathan González (39) decidieron dejar sus trabajos de vendedora y despachador de una distribuidora, respectivamente. Su local está a pasos del supermercado Unimarc, quemado en octubre.
El negocio es absolutamente familiar, como la mayoría de este tipo de comercio. Allí solo trabajan el matrimonio y sus hijas en jornadas de más de 15 horas diarias.
"Aquí la gente no echa de menos el supermercado, sino que tiene rabia porque no hay respuestas, ni de parte del gobierno ni de Carabineros, cuando están robando, estamos solos", se queja.
En contraste, la Panadería Don Benito de Conchalí es pura tradición. Fue fundada hace casi 70 años por un español recién llegado a Chile –cuyo nombre lleva el negocio- y que junto con un socio comenzaron vendiendo pan en un triciclo hasta que lograron instalar la panadería.
A poco andar, Benito regresó a España y sus socios continuaron con el negocio en Chile. Fanny Caroca (67), señora de uno de ellos, trabaja allí desde hace 40 años y ha visto como el paso del tiempo y la llegada de los supermercados ha ido echando a perder el negocio. "Hoy somos pocas las panaderías de barrio que estamos quedando por este sector, porque cuando aparecieron los supermercados y empezaron a hacer su propio pan, nos bajaron bastante las ventas".
Y aunque las ventas aumentaron un poco luego del estallido social, "eso duró alrededor de 15 días, porque después se siguió manteniendo de forma normal", comenta Fanny.
De Santiago Centro a Las Condes
Una realidad distinta ha vivido Luis Gallardo (56), quien se instaló hace 12 años en la comuna de Santiago Centro, donde partió con un minimarket. "Para mí ha sido un negocio bueno, con mucho sacrificio y muchas horas de trabajo, porque paso 14 o 12 horas diarias en este local, pero ha sido una buena forma de ganarme la vida", relata.
El negocio de Gallardo está ubicado muy cerca de la llamada Zona Cero y cuando lo inició casi no había supermercados en el sector; el más cercano era el Santa Isabel de Diagonal Paraguay, y a pesar de que con el paso del tiempo han llegado otros, el minimarket "Santa Silvia" ha resistido la dura competencia. Incluso ahora tiene dos empleados, aun así explica que "habitualmente no cerramos para tomar vacaciones, nos arreglamos para seguir funcionando, pero este año como ha sido más especial, después de muchos años, cerré una semana".
Tras el estallido social "se me fue todo el local en tres o cuatro días, vendí todo lo que tenía", explica Gallardo, al referirse al aumento sorpresivo de las ventas en los días siguientes al 18 de octubre.
Algo similar ocurrió en la frutería "El Bosque" de La Condes, cuyos dueños partieron con un pequeño negocio en La Vega central hasta que hace 50 años se les presentó la oportunidad de trasladarse a su local en Las Condes.
En sus inicios solo trabajaba Sonia Martínez (80) junto a su marido y un par de empleados. Hoy, el negocio es mayormente familiar, siguen trabajando ambos fundadores, más sus dos hijos y un empleado. "Es el único ingreso que tenemos como familia, no nos da para hacernos ricos, pero sí nos mantenemos", cuenta su dueña.
Martínez dice haber corrido mejor suerte en los días posteriores al 18 de octubre, no tuvieron problemas en La Vega ni en Lo Valledor para comprar productos, pero también reconoce un aumento significativo de las ventas porque la gente estaba asustada.